Friday, May 23, 2008

Negación, negociación, súplica...



NatGeo y Pedigree lanzaron hace unos meses un concurso, en el que el ganador viajaría con su mascota a disfrutar de unas vacaciones a Miami, Florida. ¿Qué se tenía que hacer para participar? Mandar la foto de tu mascota.

Yo no participé, primero porque no me entere a tiempo y segundo porque no tenía (ni tengo) mascota. Pero por supuesto que vi fotos de perros, de todas las razas, tamaños y colores. Fotos tomadas por personas que aman a sus mascotas y que los consideran uno más de la familia.

Yo no era de esas personas que aman a los animales demasiado. Es más tachaba de raros a los que les daban un lugar más importante que a un ser humano.
Hasta que -regresando al concurso de pedigree y NatGeo- vi esta foto. Caray, mi hermanoa y yo nos enamoramos del Valentín. Y con esa foto comenzó mi penar.

Le pedí al Juli que me lo comprara, pero dado el alto precio que tienen los perros de esa raza dijo que no. Pero el precio no era más que el pretexto que escondía debajo muchas más razones para no tener un perro, entre ellas el reducido espacio en el que vivo.

A pesar de eso, se lo pedía a cuanta persona pensaba pudiera decir algo que me diera esperanzas. Y así lo pedí, hasta que un día platicando con Víctor me dijo con la mayor naturalidad, que tenía un cuate, que tenía un criadero de esa raza de perritos y que SIEMPRE le había querido regalar uno. Me preguntó si quería uno.

¡Ahhhh!!! Claro que sí lo quería, y mi hermana quería uno para mi sobrinita (aunque eso de es bueno el encaje pero no tan ancho siempre ha sido mi lema en la vida, deseaba tanto a ese perrito que no importaba)

Ya tenía el perro, ahora faltaba que el Juli me dejara tenerlo: fácil (Juli me consiente como si yo tuviera tres años).

La negación

Pues no, cuando le dí la buena nueva al Juli, él me dio a cambio un gran y rotundo no. No quería un perro en casa y argumentaba el perro necesitaba mucha atención que seguramente él o mi mamá terminarían dándole. Yo también usé la negación, negué que eso pasaría y le prometí (como suelen hacer los niños) que lo educaría, sacaría a pasear todos los días, lo cepillaría y lo bañaría.

Y por más convincente y madura que intentaba mostrarme nada parecía funcionar con Julián. Incluso llegué al llanto -una herramienta que a veces se sale de nuestro control y lloramos de todo y para todo- pero con verdadero sentimiento por ver que algo que deseaba tanto, mi querido esposo se negaba a complacerlo.

La negociación
Y como también soy necia, pues no cancelé el pedido de los perritos. Y dejé que el tiempo hiciera lo suyo. Además mi mamá me dijo que ella lo aceptaría ya que el Juli no me dejaba tenerlo conmigo.

El tiempo pasó, y la llegada el primer perrito se acercaba a gran velocidad. Entonces Julián cambió su táctica: ahora negoció conmigo.

Mi mamá ha tenido algunos problemas de salud, y aunque gracias a Dios no son graves, lo ideal es que ella no trabaje demasiado. Ese fue el primer gol que el Juli metio: cómo permitiría que mi mamá se hiciera cargo de él.

Después, yo intenté remontar el marcador un un poco de chantaje:

Pocas cosas en mi vida deseo tanto como ese perrito Julián, incluso ya le puse un nombre, y no entiendo cómo no eres capaz de complacerme.

Creo que he olvidado una de las bases del código femenino y he sobreutilizado esa herramienta que el Juli pudo parar ese tiro. Me respondio que él hace todo lo posible por hacerme feliz pero que en esta ocasión me pedía que fuera yo la que sopesara mi amor por él y aceptara y entendiera que no podíamos tener ese perrito. Gancho al hígado (eran muchos deportes en juego).

Usó muy buenos argumentos y acordamos que el perrito estaría en casa de mis papás y yo me haría cargo de él en lo que mi tiempo permitiera. Juli creía que para mí el perrito sería un capricho que con el tiempo y unos zapatos -que estaban en el trato a cambio del perrito- se calmaría.

Pero no contaba con lo testaruda que es su esposa, y el pedido del perrito se mantuvo, claro bajo las condiciones de que no estaría en el departamento y que se subiría en el coche en una cajita que él mismo fabricaría (era un gran paso: Julián le haría una cajita de madera para el coche)

La súplica
Y como el tiempo corre que corre llegó el prometido día en donde se entregaría el primero de los dos perritos que Victor me regalaría. Cuando faltaban sólo dos días para la fecha Juli me miro a los ojos y me pidio por favor, con una inmensa ternura, que no trajera al perrito, que le inventara algo a Vic, pero que no lo llevara. Yo le sonreí y le respondí que él (Julián) y yo habíamos hecho un trato y yo no lo rompería.

Trato de entender las razones de Julián, y lo que me ha dicho al respecto es cierto, mi mamá no debe trabajar de más, el espacio es muy pequeño, no debo dejarlo solo y el perrito (Titán) debe ser tratado como respeto no como un juguete.

Por otro lado, mientras el perrito se hacía del rogar para llegar, mi hermano trajo a casa su nueva mascota y es un perro simpatiquísimo. Activo y juguetón. Creo que eso puso en contacto a Julián con algo que yo había descubierto mientras él me negaba al perrito: la felicidad que una mascota te puede dar.

Las mascotas tienen una gran similitud con los niños, son inocentes y te dan un amor desinteresado. Siempre están dispuestos a jugar y a pesar de que los regañaes no te guardan ningún rencor.

Bruno, así se llama el perro, áyudó a que Julián descubriera todo lo que una mascota te puede dar.
Y llegó el día, Vic me llevó al perrito en una bolsa de tela y cuando salio comenzo a jugar y a pelearse con Bruno. Es un perro muy lindo y su tamaño inspira una gran ternura.

Paula, mi sobrina, deseaba tener una mascota que caminara porque, según sus propias palabras, ya tenía una mascota que nadaba (su tortuga) y una que volaba (una periquita) y ahora quería una que caminara. Así que Titán se fue a su casa mientras llegaba la perrita que sería para ella, pero decidió cambiarle el nombre y me temo que también el dueño. Esta tan contenta con su perro que se le ve en sus pequeños ojitos (en la foto se parecia toda su ternura por Zoboo).

Mi mamá, con sus nietos en casa es muy feliz, me gusta escucharla riendo mientras los mira jugar juntos. Resumiendo, todos en casa, incluyendo al Juli, adoran a los dos cachorritos. Y podemos ver como poco a poco se vuelven parte de la familia.
Mientras tanto agradezco que Vic sea tan buena persona, que tiene amigos que son capaces de entregarle dos cachorritos y confiar en que Vic, a su vez, tiene una amiga que le dara un hogar. Soy muy afortundad de tenerlo como amigo.

Sé que Julián poco a poco ha cambiado su postura, se negó, negoció y suplicó. Quizás con el tiempo Juli acepte que el perrito que está por llegar viva conmigo. Ya ha visto que no es un capricho y me haría muy feliz y (sin chantaje de por medio) a Juli le hace feliz hacerme feliz.
Tal vez sea él y no yo, quien rompa el trato, para mi conveniencia. Con el tiempo y un ganchito

Friday, May 09, 2008

Tu nombre es un nombre común

Hace muchos años yo fui niña. No fui la más traviesa, ni tampoco la mejor portada: fui una niña normal. Me caía cada que salíamos a educación física y siempre anduve con las rodillas rojas y con costras. Lo peor de todo es que no me caía cuando jugabamos fútbol o teníamos que correr, no, la inútil atléticamente se caía cuando salía del salón, justo en el escalón que dividía el patio del área de salones.

Tampoco, como es de suponerse, fui superdotada para el baile. Superdotada es una exageración, ni siquiera fui dotada. Pero a pesar de que tengo dos pies izquierdos, una pierna más corta que la otra y soy conocida como la mujer sin ritmo (caray me debería echar una porrita, será en la siguiente oración), bailaba con entusiasmo en cada festival que se organizaba en mi escuela.

Y baile de todo, el baile de los palomos, Jesusita en Chihuahua, algo con faldas largas, etcétera. Pero mi escuela no era la que más festivales organizaba y ahora que soy grande (de edad) pienso que me hubiera servido para estimular mis casi nulas capacidades artísticas.

Al crecer, pasamos por un largo proceso de moldeo social que nos convierte en adultos más o menos normales. Nos hace fingir ser valientes en la oscuridad, sobre todo si estamos junto a un niño, aunque conozco pocos adultos que realmente hayan superado el miedo a estar a oscuras. Y a veces nos convencemos que el trabajo siempre es más importante y que no podemos combinarlo con la familia.

Para mí, mi trabajo es importante, pero me hice una promesa que no pienso romper: cuando tenga hijos jamás me perderé uno de sus festivales. No importa si no saben bailar, si olvidan la letra al final y si sólo mueven la boca al ritmo de la canción. Yo iré, estaré en primera fila y sentiré lentamente como mi corazón se hará como chicle de yerbabuena -así muy dulce y refrescante dentro del pecho- cuando me digan ¡gracias mamá!!

Imagino, tengo que usar este recurso porque mi mamá no es de lo más sentimental, que mi mamá también se sentía así cuando nosotros le hacíamos un portaretratos con sopas pintadas con vinci. Tiene guardadas algunas cartas en donde desbordabamos todo ese amor infantil hacia ella y fotos de nosotros en los más ridículos trajes (obvio yo me veía preciosa de mariposa).

Recordé la parte de los festivales porque mi sobrinita tuvo el suyo el miércoles pasado y, aunque esta vez no pude asistir, disfruté su cara de felicidad por haberle dado un regalo a su mamá. Regalo que, por cierto, estuvo condicionado a que mi hermana se portara bien para poder recibirlo y a que, si quedaba muy bonito, se lo regalaría -a Paula-.

Mañana será día de las madres, y ahora con mi nueva vida de casada es muy difícil tratar de consentir a mi afachada -es decir cada vez más parecida a mi abuelita Facha- madre. No recibirá un baile espectacular, ni un portallaves con flores, solamente un regalo y lo que siempre intento darles a mis padres: mi agradecimiento por convertirme en lo que soy, para bien o para mal, soy muy feliz y ellos tuvieron una gran parte de culpa.

Ojalá se le haga de chicle de yerbabuena el corazón a mi mamá al leerme cuando le escribo ¡gracias mamá!!! (también papá pero esperemos un mes)