Friday, November 20, 2009

¿Y todo para qué?


Durante largos años repetimos en la escuela lo que era la Revolución Mexicana, los factores que la provocaron y los objetivos que perseguía. Fueron años de adoctrinamiento que tuvieron un resultado parcial porque, aunque seguramente hemos olvidado todo, recordamos a los personajes protagónicos de esta lucha social, aunque sea tan sólo por frases que intentan condensar todo su espítu revolucionario.

Hace poco, en uno de mis viajes tratando de huir de mis responsabilidades, me puse a leer acerca de Porfirio Díaz y su familia. Debo confesar que nunca lo he podido concebir como la bruja del cuento –como le aconseje a mi sobrina para que pudiera memorizar su discurso sobre la Revolución–, porque es un personaje que, para mi, está lleno de matices que lo colocan como un hombre inteligente que amaba a su país, pero perdió el rumbo. Y lo mismo ha comenzado a pasarme con otros personajes de la historia (Santa Anna no lo ha logrado todavía, pero ha tenido sus intentos). Eran seres humanos, con defectos y virtudes. Muchos tuvieron más defectos que virtudes, pero sobre todo aquellos que hemos bautizado como héroes tenían como característica principal un ideal por el que, casi siempre, dieron la vida. Eran fieles a sus principios y los antepusieron incluso de sus intereses personales.

De la familia de Díaz llegué a Emiliano Zapata, que fue el caballerango del yerno incómdo de Díaz –solía golpear a su esposa y resulto tener más que tendencias homosexuales–. Zapata fue contratado por su gran capacidad para criar caballos, y traido a la ciudad para seguir realizando esta tarea. Todo terminó cuando Zapata regresó a su natal Tlaltizapán indignado porque los caballos que cuidaba tenían mejor vida que los campesinos entre los que había crecido.

Hace poco visité una exposición fotográfica titulada "los últimos revolucionarios" en el Museo de la Revolución del Sur (en Tlaltizapán, Morelos) con fotos de revolucionarios, ya viejos, o de sus familias mostrando sus recuerdos de esa época. La tristeza me invadió, porque a pesar de que estas personas lucharon codo a codo con el General Zapata, y dejaron todo por lograr su meta de "la tierra es de quien la trabaja", las condiciones en las que sus casas se encontraban eran paupérrimas.

Nada pasó. Nada cambió. Los ricos siguen ricos, los pobres aún más pobres y siguen cargando sobre su espalda años de injusticia social, que los margina y condena no sólo a mantener esta situación de miseria, sino a empeorarla.

¿Se acabaron los héroes? No me gusta pensar que todo ese romanticismo que envuelve a la Revolución es sólo un velo que la hace muy atractiva, pero útopica. Mucho menos quiero terminar de convencerme de que ya no podemos hacer nada. Quizás no debemos esperar el mesías, ese caudillo revolucionario que nos guíe hacia un nuevo México. Es momento de cambiar desde el fondo, comenzando por nosotros.

"El mundo está como está, no por la gente mala, sino por la gente buena que no hace nada al respecto"
Nosequienycomoyatengosueñomañanainvestigo