Tuesday, July 28, 2009

La vida es demasiado corta

Cuando estoy en mi trabajo con ganas de que sea hora de salir, cierro los ojos tratando de sentirme de nuevo una niña pequeña, de ocho o diez años, e imagino (ya instalada en los zapatos chiquititos) mi vida a los 25. Me imagino viajando por los paises más antiguos y lejanos, encontrando tumbas de faraones famosos, descubriendo cómo era su vida (porque lo que más me gusta de la historia son los chismes de ancestrales). Estoy vestida al más puro estilo Indiana Jones, con todo y sombrero.

La realidad es muy distinta, lo más cercano que tengo a una aventura son mis intentos por llegar a tiempo en las mañanas, luchando contra monstruos subterráneos (el metro) enfrentándome a las más terribles amenazas (las bolsas de las viejitas) y superando la barrera del sonido mientras corro (bueno nomás camino rápido).

Mi trabajo no es así:


Ni así


Pero no quiero que un día, cuando me despierte, así lo vea


¿Y qué puedo hacer al respecto? Seguir soñando, añadiéndole el valor de conseguir lo que realmente quiero.

Monday, July 06, 2009

El ataque de los tacones asesinos

Siempre me he pronunciado en contra de la discriminación; ya sea por raza o género entiendo que no tiene lugar. Pero cuando se trata de la raza de las que usan tacones altos para ir a trabajar, las discriminaré pero por la más pura envidia que les tengo.

Las veo subir y bajar escaleras, caminar, bailar y no parecen estar cansadas. A veces sus pies se ven hinchados, parecen un tamal gigante y se nota a leguas que la costura les ha formado un surco rojo a punto de sangrar en su pie y levantan un pie para descansar el otro hasta que llega el turno de cambiar los papeles. Pero ellas siguen caminando como si nada pasara, como si en lugar de equilibrarse sobre dos palos de paleta, lo hicieran sobre amplios troncos que sostienen todo su cuerpo. Aunque claro, hay quienes de plano parece que traen zancos y caminan chacualenado sus hermosos zapatos (porque ahh infelices, son tan bonitos), pero aún así soportan la tortura de los tacones por la promesa de verse mejor.

Y es que con zapato de tacón, las nenas se ven mejor, luce más la pantorrilla. No lo quiero dudar (aunque a todas luces se ve que es un invento de hombres para tratar de doblegarnos), más porque me ha tocado la transformación de un vestido sin chiste a uno muy elegante tras subirme en 10 centímetros de tortura. Porque no es nada más que eso, una tortura a la que nos sometemos para sentirnos superiores a las pobres tontas de pie plano que no pueden ni con dos centímetros –incluida, obviamente, Yo–.

Incluso pienso que si los juntaramos con el uso diario del brassier y la depilación con cera; podríamos controlar a muchos hombres (aprovechando que tienen mucho más vello que arrancar de un jalón). Lo más triste es que las realizamos por puro masoquismo –y algunas deseos de quitarle el marido a otra– y ahí radica la respuesta de por qué toleramos mejor el dolor: ha sido una larga preparación física heredada de generación en generación.

Mientras, me declaro incompetente, no puedo subirme en un par de tacones por más de dos horas, y hoy sufro las consecuencias de mi intento fallido por pertenecer a esa élite y si quieren lo confieso, lo que quieran soy culpable (nada más no se excedan), pero ¡dénme un par de tenis!