Thursday, November 29, 2007

La estadística y yo


Qué dirían las cosas si hablaran, contarían los chismes sobre nosotros seguramente.


-¿ Te fijaste que fea falda traía la hija de la Cuquis Rodríguez?- diría el sillón.

-Pero eso del mal gusto debe ser de familia, la otra vez la propia Cuquis se sacó la carne de los dientes con la uña- respondería el refrigerador.

-¡Que ascoooooo!!!!- dirían al unísono.

Hay cosas que antes de que contaran los secretos de mi vida oculta les mandaría a quemar la tapicería, ponchar las llantas o arrancar los empaques (imaginen que el refrigerador le dijera al Juli que como tamalitos cuando digo estar a dieta)

Pero hay otras en las que no es necesario que hablen como para que puedan reflejar lo que realmente somos. Es más, deberían idear un test psicológico que se llame El factor cookie o fenomenología del historial.

En mi caso, si analizaran mi historial, sabrían primero mi género (no por la carencia de contenido no apto para menores, sino porque no entro a páginas para ver relojes o autos). Sabrían que soy blogadcita, que me encantan las páginas de literatura, que no tengo buena ortografía (pero sí un vínculo favorito a la RAE), que puedo imaginar el clima en Nepal, porque juego a la geografía de vez en cuando, y tantas cosas más.

También sabrían que a pesar de tener las fotos de La Boda en cada una de las máquinas que utilizo, me gusta verlas desde picasa. Manías al fín.

Pero hoy, en itunes, descubri que puedo ver cuántas reproducciones de una canción he hecho, y mi querido Agustín Lara, con su piano y mi canción favorita, Escarcha, se lleva el premio con 20 reproducciones en menos de un mes. Esta seguida muy de cerca por I've got my mind set on you, de George Harrison con 17 repeticiones (aunque esta tiene más de dos meses en mi colección de música). En tercer lugar, pisándole los talones a George está Elvis y I can't help falling in love with you. Los primeros 10 lugares se reparten entre Chavela Várgas, Agustín Lara, las luces de luna y Miguel Bosé

Sí, lo sé: soy una viejita. Una mujer que se siente sacada de película de los 40's, que desea tener en su casa una foto en blanco y negro, en la que no tenga una sonrisa que se robe la mitad de la foto, sino una seductora mirada, que se escapa hasta a la cámara .

Tengo que analizar más a fondo para saber el resultado del test psicológico de itunes y su estadística. Hasta el momento podrían saber de mi que me gusta tejer y me duelen las rodillas cuando llueve.

Friday, November 23, 2007

El checador

Mi cerebro tiene secciones en las que almaceno distintas cosas. Es un cuarto grande lleno de cajas de mudanza, de algún recuerdo de mi vida pasada; archiveros grandes y llenos de polvo, donde se guardan las historias de mi niñez; pequeños joyeros donde guardo lo que más me gusta y amo en mi vida y libreros en donde tengo lo que más utilizo y los conocimientos que van llegando.

Hay también una mesita en donde pongo las cosas que se usan temporalmente, es conocida como memoria de corto plazo. Pero mi mesita es muy pequeña (porque quiero dejar el mayor espacio para los joyeros y los archiveros) y procuro que su velocidad de vaciado sea muy alta, pero a veces me excedo.Lo noto en pequeños momentos, pero trascendentes.

El checador es el mejor ejemplo. Todas las mañanas, más o menos a las ocho, camino hacia mi trabajo. Me concentro mucho y pienso en que debo llegar y fijarme perfectamente la hora en la que checo y recordar que lo hago.

Camino (continúa el pensamiento en el checador), abro la puerta (sigue la atención sobre mi credencial y el checador), saludo al policía (continuo con la idea), me paro frente al checador y de pronto como si alguien pasara junto a mi mesita y recogiera todos los pensamientos que estaban ahí apilados y los llevara al bote de basura, olvido ese instante. Ese preciso momento en que mi mano con la tarjeta en la mano pasa frente al reloj checador siempre es borrosa.

Lo recuerdo todo, mi camino, la puerta, el policía... borroso borroso y más borroso... llego a mi lugar y pienso: ¿Chequé? No puedo recordarlo y paso el resto del día tratando de recordar si chequé o no...

Algo muy parecido pasa con el momento de tomarme mis vitaminas, recuerdo cuando las saco del frasco, las pongo en la mesa, borrón, y ya no hay pastilla en la mesa. Pero el momento en que me la tomé se borra y no hay forma en que pueda recuperarlo.

He llegado a límites asustadores. El otro día mientras me bañaba pensaba en las actividades del día. Abrí la puerta del baño y tomé la toalla y mientras me sacaba descubrí que no recordaba si me había tallado el cuerpo o no. Por precaución preferí volverme a bañar (aunque no recuerdo si era la segunda o la primera vez en que lo hacía).

Solo le pido a Dios que no permita que un día comience a hacer limpieza en mi cuarto cerebral y tire todo lo que tengo en mis pequeños joyeros. La mesita de memoria de corto plazo puede seguir con esa dinámica, pero que las palabras, imágenes y sonidos que guardo como mis tesoros estén ahí siempre que necesite desconectarme de este mundo y sentarme a jugar con ellos.

Tuesday, November 20, 2007

De oídos y otros demonios

Tengo la mala constumbre de pensar que si mis manos no están ocupadas en algo, mi tiempo está siendo desperdiciado. Hasta hace una semana no sabía tejer, y ahora ha sido un vicio que no me puedo quitar de encima porque a penas encuentro un momento en que mis manos tendrán 20 segundos de inactividad me pongo a tejer.

Ayer estabamos el Juli y yo trabajando en un proyecto de la escuela y mientras él me platicaba qué es lo que teníamos que hacer, vi la oportunidad para limpiar mis oidos con un cotonete.

¡Ohh que grave error!!! Eso es lo que los otorrinolaringólogos honestos me dirían si se enteraran. Claro que existe otra corriente de médicos que quizás agradezcan a los productores de cotonetes -porque además los venden en paquetes de 200- el que tengan trabajo por las personas necias como yo que introducimos cotenetes (y lápices, pasadores y alguna otra cosa) a nuestros frágiles y delicados oídos.

Pero bueno, ahí voy, comienzo a limpiarme la orejita, avanzo un poco más y siento que he encontrado mugrecita para extraerse muevo un poco el cotonete y...

¡Oh por Dios! El cotonete salió pero sin el algodoncito que lo recubre. No está en la cama, no esta en mi ropa. ¡Juli!!!

Me siento en la cama y meto otro cotonete en la otra oreja (con cuidado). Estoy calladita y tranquilita (lo que hubiera dado el Juli porque durara). Abro grandes muy grandes mis ojos, miro hacia un lado, miro al otro y no siento un cotonete en el oído en cuestión.

El Juli trajo una lámpara, unas pinzas, más cotonetes y nada. Tuve que ir con mis papás. Más pinzas, más manos, más cotenetes y de la punta del cotonete ni sus luces. Me lavé mi orejita y mi oído con agua caliente y nada.
...
-¿Juli podemos hacer una prueba de sonido?-
-Te amo loquita- me dice muy suavecito en el oido que se tragó la punta de un cotonete.
-Sí, la prueba de sonido salio bien


Y el cotonete aún no ha salido, llegamos a la conclusión de que aparecerá en unos días por ahí y que mi oído no pudo tragárselo así como así. Seguiré atenta a mi oído y si lentamente dejo de oir y comienzo a quedarme sorda (y no gorda), tendré que ir con el otorrinolaringólogo, a escuchar -a medias- sus regaños y soportar mi pena.

Thursday, November 08, 2007

Todos Santos

Hay una época en el año en que las personas que amamos, y ya no están con nosotros en esta dimensión, regresan para estar cerca de nosotros. Son días en los que su mundo y el nuestro se comunican y los tenemos de visita en casa.

Para mí el día de muertos es la celebración más rica en tradición en México. Todo su olor y color los tengo guardados en mi memora desde que era muy pequeña. En mi casa acostumbramos poner un altar con fruta, pan, agua y flores para todas aquellas almas que regresan recogiendo sus pasos.

De este lado del río, en el mundo de los vivos, nos preparamos desde días antes. Se planea qué se cocinará y cómo se adornará el altar, es una fiesta. Hacemos tamales, atole, mole y delicioso pan de muerto. Se corta el papel para adornar el altar y se compran las ofrendas necesarias para complementarlo: veladoras, flores, incienso.

Pero no sé que pasa allá, en su mundo. Imagino que mi abuelita Facha va anca mi bisabuela María -a la que por cierto no conocí porque murio el mismo año en que mi mamá se casó-. Le dice que ella esta lista y se para en la puerta con sus dos pequeños hijos colgados de la falda; su monedero y un rollito de papel fuertemente apretados en su mano.

Salen las dos platicando y con pasos apurados, mientras van pasando a las casas de sus amigas, hermanos y padres. Debe ser algo complicado y tardado si quieren salir todos juntos.

Ya en la entrada, los que saben los están esperando, invitan a los que quizás ya no tienen a nadie a quien visitar. Puedo escucharlos decirse
-Ven a mi casa, Ana hace un mole para chuparse los dedos...
Porque eso sí, los mexicanos somos muy buenos anfitriones.

Cómo se organizan para las visitas debe ser algo también complicado, a quiénes visitaran y cuánto tiempo se quedarán. Existe una forma de comunicación, algo así como el correo electrónico: entre más los recordemos, más mensajes de invitación llegan a sus buzones. Este año, Fachita seguro anduvo de casa en casa, en la mía había para ella incluso un lápiz labial rojo para que se pintara sus labios como le gustaba.

Espero que también mi abuela Trini haya pasado por ahí, para comerse unas granadas; los hermanos pequeños de mis papás hayan jugado con los juguetes que dejamos y comido de los dulces que les ofrecimos. Quzás el bisabuelo José se pasó de copas con el mezcal. Lo importante es que se hayan sentido extrañados y recordados.

Este pequeño puente que se abre el 31 de octubre a las doce de día y se cierra el 2 de noviembre a las 12 de la noche, sirve -en mi opinión- para recordar a nuestros seres queridos. Para decirles, que donde sea que se encuentren nosotros, los del bando de los vivos, los extrañamos y que esta celebración es una pequeña probadita de la fiesta que habrá cuando Dios decida que nos encontremos de nuevo.