Tuesday, April 10, 2007

La revolución de las máquinas...

... cobradoras del estacionamiento.

Pasé por él al aeropuerto y como siempre llegué tarde, por suerte no se enojó porque después de tanto tiempo de no vernos hubiera sido muy triste enojarnos por algo tan chiquito como 15 minutos. Decidimos ir a un centro comercial para comprar su regalo de cumpleaños, no era muy tarde y nos daría tiempo de pasear un rato.
Entramos y mientras caminabamos rumbo a las escaleras para subir a la plaza Juli miro hacia el coche y dijo -Nos quedamos en ... en ... amarillo. -Sí- respondí -manzana amarilla-.
Estuvimos un buen rato dentro del centro comercial, compramos su regalo, un regalo que me compre porque me quiero mucho y cenamos. Cuando terminamos de cenar casi todos los comercios estaban cerrando, así que nos dirigimos al estacionamiento y al tratar de pagar con un billete de 100 pesos en el módulo de prepago, la máquina no nos lo aceptó, así que rápidamente buscamos en nuestras bolsas los centavitos que ayudaran a completar el monto. Encontramos 34 pesos de los 28 que nos estaba cobrando, en ese momento sentimos que tuvimos suerte. Cuando volvimos a meter el boleto para que nos cobrara ya eran 30 pesos, pero aún nos sobró dinero.
Caminamos hacia manzana amarilla y para nuestra sorpresa sólo tenía tres coches estacionados, pero ninguno de esos era el nuestro. Nuestras carcajadas se fueron poco a poco borrando porque por más que recorríamos de un lado a otro toda la manzana amarilla no lograbamos encontrar nuestro coche; puse cara de preocupación, puso cara de preocupación y un policía amablemente nos preguntó las placas de nuestro coche y también puso cara de preocupación cuando él tampoco pudo encontrarlo.
Al otro lado de manzana amarilla está pera verde, le propuse a Julián ir a buscarlo allá, mientras yo iba a ver cuánto tiempo teníamos de los 15 minutos de prórroga para salir del estacionamiento.
, no estaba ni en lo amarillo ni en una manzana sino en pera verde.
Nos subimos corriendo al coche porque teníamos dos minutos y no encontrabamos nuestra salida. Cuando por fin llegamos, Juli introduce el boleto y nos cobro seis pesos, ¡seis pesos!! No teníamos semejante cantidad dinero, sólo teníamos cuatro pesos. Noté que la furia de Julián comenzaba a surgir y me dio miedo protagonizar una pelea entre las máquinas cobradoras y él. Con toda la paciencia que pudo encontrar presionó el botón rojo de ayuda y un muchacho muy amable le explicó que tenía que salir de la fila y pagar en los módulos de prepago, ya que nuestros 100 pesos otra vez no servían.
Salió Julián de la fila, se estacionó y volteo a mirarme mientras me pedía el boleto
-¡¿El boleto?!?!-
-Sí, el boleto-
- Pero yo no lo tengo, tú lo metiste en la máquina...
Sí, se quedó en la máquina, corrió a buscarlo mientras yo desesperadamente trataba de alcanzar un peso que hacía una semana se me había caído debajo del asiento. Cuando regresó me dijo que no lo había encontrado ya y se fue al módulo de administración de sus peores enemigas.
Salí corriendo del coche a toda la velocidad que puedo mientras trataba de alcanzarlo y le rogaba que por favor no se enojara.
Por suerte el personal que administra esas máquinitas fueron bastante amables, sacaron el boletito y nos cobraron 10 pesos. Julián saco su billete de 100 pesos y por fin nos dejaron libres.
Ya después de todo no podíamos dejar de reir porque estuvimos más de media hora tratando de huir de ese estacionamiento. Andabamos en la luna completamente, pero lo peor, o lo mejor según donde se vea, es que andabamos juntos.

1 comment:

Anonymous said...

jajajajajaja