De qué forma nacemos, cuál es la forma más común de llegar al mundo y ser independientes de nuestra mamá.
Yo nací en un hospital, como la mayoría de mis contemporáneos. Mi mamá en cambio nació en casa de sus padres, ayudada por la mujer más chismosa del pueblo porque la partera oficial estaba ocupada ayudando a su prima a nacer. Era típico en los pueblos que los bebés naciera en sus casas y casi puedo escuchar a Doña Chisme -la llamo así porque no sé su nombre y es lo único que sé de ella- pedirle a mis tías que hirvieran agua, trajeran sábanas limpias y cerraran las ventanas para evitar las corrientes de aire. Mi abuelo en el largo -o corto- pasillo dando vueltas en espera de la noticia de su esposa e hijo o hija.
Por supuesto esta manera de llegar al mundo es mucho mejor material para una novela que el llegar a un hospital, que te pongan en sillita de ruedas, junto a tu mamá; te lleven al quirófano y pase todo lo demás...
Sin embargo sé de una que no quiero pasar aunque me parezca de cuento de José Agustín.
Valentina iba rumbo a su trabajo, como todas las mañanas, deseando estar en su cama calientita y no entre toda esa gente que se amontonaba a su alrededor. Su mente estaba obviamente tomando vacaciones, escalando la montaña o salvando la vida del Presidente de la hermana República de Stacialta.
Ya habían estado detenidos en la estación por un buen rato, pero ella seguía viajando en su nube. Cuando de pronto suena la alarma. Valentina, molesta, voltea a mirar la mujer que la ha activado. Para su sorpresa era una mujer embarazada que parecía estaba sufriendo mucho.
Como pudo ayudo a salir a la mujer y entre varias personas la llevaron a la oficina del jefe de estación. Se dio cuenta que estaba sola entre hombres, llamaron a la ambulancia pero parecía que el bebé quería ver la luz ya. Lo que no se imaginaba el bebé es que estaba a 20 metros de profundidad.
No hubo tiempo de preparar la llegada, el instinto femenino de Valentina la hizo reaccionar a ayudarlos. Valentina dejo de detestar estar despierta en ese momento del día porque tuvo una de las experiencias más emocionates de su vida. Fue la persona que permitio que el pequeño Jesús - como decidieron nombrarlo- llegara al mundo, su mano fue la primera que lo toco y le dio la bienvenida al mundo.
Cuando todo el trance pasó lo cubrio con su suéter y le sonrio. Varios minutos después llego la ambulancia y entre lágrimas la mujer le dio la mano a Valentina. Eso fue suficiente para que ella supiera que le agradecía enormente el que estuviera ahí para ayudar a aterrizar a su bebé y fuera parte del inicio de un viaje tan pintoresco.
Tuesday, October 23, 2007
Wednesday, October 17, 2007
Tuesday, October 16, 2007
Casi real
Alguna vez leí que los niños son capaces de soñar a partir de los seis meses. Qué tan cierto es esto no lo sé, con los contenidos wiki y los blogs alrededor del mundo es posible que una mujer sin ganas de lavar los platos del desayuno se hubiera puesto a escribir un artículo científico en dónde contara sus teorías sin sustento para que varios incautos creyeramos lo que dice. Pero también es posible que mi cabecita haya leído, y comprendido, algo que es cierto y que los bebés pueden soñar. Sueñan, al igual que nosotros, un reflejo de su vida mientras están despiertos.
En mi experiencia como tía, me he dado cuenta que es muy complicado explicarle a un niño qué son los sueños, y más complicado aún explicarle que no son reales. La semana pasada llamé por teléfono a casa y, por primera vez en muchas llamadas, Paula, mi sobrina, pidio hablar conmigo. Al principio no entendía qué trataba de decirme y ella se comenzaba a inquietar.
Pero qué pasa cuando ya no somos tan pequeños y nuestros sueños nos siguen hasta que estamos despiertos. Unas pocas semanas después de que mi abuelita fallecio yo seguía llorando mucho por ella, recordaba continuamente momentos con ella. Hasta que un día soñe que estaba en su casa; la veía entrar por la puerta que queda atrás de las escaleras con sus pasitos cortos y silenciosos vestida toda de morado -como una de sus batas amplias-. Cuando la ví corrí a abrazarla, la abracé muy fuerte y sin que ella pronunciara una palabra yo le preguntaba por qué no la había abrazado así cuando estaba viva. En el sueño y cuando desperté estaba llorando; pero me sentí tranquila.
Días después, un sábado en que me levanté tarde, sentí como si alguien me estuviera viendo y desperté sobresaltada (me gusta esta palabra). En mi habitación había un fuerte aroma a mi abuelita -quizás sólo fue mi imaginación-.
Mi hermana me contó que ella también la había soñado y la había visto sentada en su rinconcito muy feliz y rodeada de luz. Paula, quien tiene sólo tres años, soñaba con ella. Comenzaba a decir Fachita, Fachita mientras estaba dormida y un día se despertó y le pidio a su mamá que la llevara a ver a su abuelita Facha que estaba abajo.
Todo sucedio en la misma semana. Después de todos estos sucesos dejé de llorarla, tal vez por fin la dejé ir. Era como si hubiera venido a despedirse de nosotros recogiendo sus pasos.
En mi experiencia como tía, me he dado cuenta que es muy complicado explicarle a un niño qué son los sueños, y más complicado aún explicarle que no son reales. La semana pasada llamé por teléfono a casa y, por primera vez en muchas llamadas, Paula, mi sobrina, pidio hablar conmigo. Al principio no entendía qué trataba de decirme y ella se comenzaba a inquietar.
Resulta pues que al final se enojó conmigo porque no pude recordar cuando fuimos a ver la gran estrella de algodón. Obvio que yo no lo recordaría porque fue un sueño; un sueño demasiado real para ella.- Te aperdas de la dan estella de algodon - decía ella
- Fuiste a ver una Estrella de Algodón- le respondía sin entender realmente en qué parte de la ciudad hay una gran estrella de algodón
-Si, fimos tu yo y a ti te dusto mucho- trataba de hacerme recordar, y su inquietud aumentaba a medida que se daba cuenta de que yo no recordaba haberla acompañado a ver la gran estrella de algodón
Pero qué pasa cuando ya no somos tan pequeños y nuestros sueños nos siguen hasta que estamos despiertos. Unas pocas semanas después de que mi abuelita fallecio yo seguía llorando mucho por ella, recordaba continuamente momentos con ella. Hasta que un día soñe que estaba en su casa; la veía entrar por la puerta que queda atrás de las escaleras con sus pasitos cortos y silenciosos vestida toda de morado -como una de sus batas amplias-. Cuando la ví corrí a abrazarla, la abracé muy fuerte y sin que ella pronunciara una palabra yo le preguntaba por qué no la había abrazado así cuando estaba viva. En el sueño y cuando desperté estaba llorando; pero me sentí tranquila.
Días después, un sábado en que me levanté tarde, sentí como si alguien me estuviera viendo y desperté sobresaltada (me gusta esta palabra). En mi habitación había un fuerte aroma a mi abuelita -quizás sólo fue mi imaginación-.
Mi hermana me contó que ella también la había soñado y la había visto sentada en su rinconcito muy feliz y rodeada de luz. Paula, quien tiene sólo tres años, soñaba con ella. Comenzaba a decir Fachita, Fachita mientras estaba dormida y un día se despertó y le pidio a su mamá que la llevara a ver a su abuelita Facha que estaba abajo.
Todo sucedio en la misma semana. Después de todos estos sucesos dejé de llorarla, tal vez por fin la dejé ir. Era como si hubiera venido a despedirse de nosotros recogiendo sus pasos.
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