Tuesday, October 16, 2007

Casi real

Alguna vez leí que los niños son capaces de soñar a partir de los seis meses. Qué tan cierto es esto no lo sé, con los contenidos wiki y los blogs alrededor del mundo es posible que una mujer sin ganas de lavar los platos del desayuno se hubiera puesto a escribir un artículo científico en dónde contara sus teorías sin sustento para que varios incautos creyeramos lo que dice. Pero también es posible que mi cabecita haya leído, y comprendido, algo que es cierto y que los bebés pueden soñar. Sueñan, al igual que nosotros, un reflejo de su vida mientras están despiertos.

En mi experiencia como tía, me he dado cuenta que es muy complicado explicarle a un niño qué son los sueños, y más complicado aún explicarle que no son reales. La semana pasada llamé por teléfono a casa y, por primera vez en muchas llamadas, Paula, mi sobrina, pidio hablar conmigo. Al principio no entendía qué trataba de decirme y ella se comenzaba a inquietar.

- Te aperdas de la dan estella de algodon - decía ella

- Fuiste a ver una Estrella de Algodón- le respondía sin entender realmente en qué parte de la ciudad hay una gran estrella de algodón

-Si, fimos tu yo y a ti te dusto mucho- trataba de hacerme recordar, y su inquietud aumentaba a medida que se daba cuenta de que yo no recordaba haberla acompañado a ver la gran estrella de algodón

Resulta pues que al final se enojó conmigo porque no pude recordar cuando fuimos a ver la gran estrella de algodón. Obvio que yo no lo recordaría porque fue un sueño; un sueño demasiado real para ella.

Pero qué pasa cuando ya no somos tan pequeños y nuestros sueños nos siguen hasta que estamos despiertos. Unas pocas semanas después de que mi abuelita fallecio yo seguía llorando mucho por ella, recordaba continuamente momentos con ella. Hasta que un día soñe que estaba en su casa; la veía entrar por la puerta que queda atrás de las escaleras con sus pasitos cortos y silenciosos vestida toda de morado -como una de sus batas amplias-. Cuando la ví corrí a abrazarla, la abracé muy fuerte y sin que ella pronunciara una palabra yo le preguntaba por qué no la había abrazado así cuando estaba viva. En el sueño y cuando desperté estaba llorando; pero me sentí tranquila.

Días después, un sábado en que me levanté tarde, sentí como si alguien me estuviera viendo y desperté sobresaltada (me gusta esta palabra). En mi habitación había un fuerte aroma a mi abuelita -quizás sólo fue mi imaginación-.

Mi hermana me contó que ella también la había soñado y la había visto sentada en su rinconcito muy feliz y rodeada de luz. Paula, quien tiene sólo tres años, soñaba con ella. Comenzaba a decir Fachita, Fachita mientras estaba dormida y un día se despertó y le pidio a su mamá que la llevara a ver a su abuelita Facha que estaba abajo.

Todo sucedio en la misma semana. Después de todos estos sucesos dejé de llorarla, tal vez por fin la dejé ir. Era como si hubiera venido a despedirse de nosotros recogiendo sus pasos.

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