Thursday, November 08, 2007

Todos Santos

Hay una época en el año en que las personas que amamos, y ya no están con nosotros en esta dimensión, regresan para estar cerca de nosotros. Son días en los que su mundo y el nuestro se comunican y los tenemos de visita en casa.

Para mí el día de muertos es la celebración más rica en tradición en México. Todo su olor y color los tengo guardados en mi memora desde que era muy pequeña. En mi casa acostumbramos poner un altar con fruta, pan, agua y flores para todas aquellas almas que regresan recogiendo sus pasos.

De este lado del río, en el mundo de los vivos, nos preparamos desde días antes. Se planea qué se cocinará y cómo se adornará el altar, es una fiesta. Hacemos tamales, atole, mole y delicioso pan de muerto. Se corta el papel para adornar el altar y se compran las ofrendas necesarias para complementarlo: veladoras, flores, incienso.

Pero no sé que pasa allá, en su mundo. Imagino que mi abuelita Facha va anca mi bisabuela María -a la que por cierto no conocí porque murio el mismo año en que mi mamá se casó-. Le dice que ella esta lista y se para en la puerta con sus dos pequeños hijos colgados de la falda; su monedero y un rollito de papel fuertemente apretados en su mano.

Salen las dos platicando y con pasos apurados, mientras van pasando a las casas de sus amigas, hermanos y padres. Debe ser algo complicado y tardado si quieren salir todos juntos.

Ya en la entrada, los que saben los están esperando, invitan a los que quizás ya no tienen a nadie a quien visitar. Puedo escucharlos decirse
-Ven a mi casa, Ana hace un mole para chuparse los dedos...
Porque eso sí, los mexicanos somos muy buenos anfitriones.

Cómo se organizan para las visitas debe ser algo también complicado, a quiénes visitaran y cuánto tiempo se quedarán. Existe una forma de comunicación, algo así como el correo electrónico: entre más los recordemos, más mensajes de invitación llegan a sus buzones. Este año, Fachita seguro anduvo de casa en casa, en la mía había para ella incluso un lápiz labial rojo para que se pintara sus labios como le gustaba.

Espero que también mi abuela Trini haya pasado por ahí, para comerse unas granadas; los hermanos pequeños de mis papás hayan jugado con los juguetes que dejamos y comido de los dulces que les ofrecimos. Quzás el bisabuelo José se pasó de copas con el mezcal. Lo importante es que se hayan sentido extrañados y recordados.

Este pequeño puente que se abre el 31 de octubre a las doce de día y se cierra el 2 de noviembre a las 12 de la noche, sirve -en mi opinión- para recordar a nuestros seres queridos. Para decirles, que donde sea que se encuentren nosotros, los del bando de los vivos, los extrañamos y que esta celebración es una pequeña probadita de la fiesta que habrá cuando Dios decida que nos encontremos de nuevo.


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