Tuesday, November 20, 2007

De oídos y otros demonios

Tengo la mala constumbre de pensar que si mis manos no están ocupadas en algo, mi tiempo está siendo desperdiciado. Hasta hace una semana no sabía tejer, y ahora ha sido un vicio que no me puedo quitar de encima porque a penas encuentro un momento en que mis manos tendrán 20 segundos de inactividad me pongo a tejer.

Ayer estabamos el Juli y yo trabajando en un proyecto de la escuela y mientras él me platicaba qué es lo que teníamos que hacer, vi la oportunidad para limpiar mis oidos con un cotonete.

¡Ohh que grave error!!! Eso es lo que los otorrinolaringólogos honestos me dirían si se enteraran. Claro que existe otra corriente de médicos que quizás agradezcan a los productores de cotonetes -porque además los venden en paquetes de 200- el que tengan trabajo por las personas necias como yo que introducimos cotenetes (y lápices, pasadores y alguna otra cosa) a nuestros frágiles y delicados oídos.

Pero bueno, ahí voy, comienzo a limpiarme la orejita, avanzo un poco más y siento que he encontrado mugrecita para extraerse muevo un poco el cotonete y...

¡Oh por Dios! El cotonete salió pero sin el algodoncito que lo recubre. No está en la cama, no esta en mi ropa. ¡Juli!!!

Me siento en la cama y meto otro cotonete en la otra oreja (con cuidado). Estoy calladita y tranquilita (lo que hubiera dado el Juli porque durara). Abro grandes muy grandes mis ojos, miro hacia un lado, miro al otro y no siento un cotonete en el oído en cuestión.

El Juli trajo una lámpara, unas pinzas, más cotonetes y nada. Tuve que ir con mis papás. Más pinzas, más manos, más cotenetes y de la punta del cotonete ni sus luces. Me lavé mi orejita y mi oído con agua caliente y nada.
...
-¿Juli podemos hacer una prueba de sonido?-
-Te amo loquita- me dice muy suavecito en el oido que se tragó la punta de un cotonete.
-Sí, la prueba de sonido salio bien


Y el cotonete aún no ha salido, llegamos a la conclusión de que aparecerá en unos días por ahí y que mi oído no pudo tragárselo así como así. Seguiré atenta a mi oído y si lentamente dejo de oir y comienzo a quedarme sorda (y no gorda), tendré que ir con el otorrinolaringólogo, a escuchar -a medias- sus regaños y soportar mi pena.

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